Perdón por el retraso, me he liado entre unas cosas y otras y bueno, como siempre, voy tarde, pero aquí está la entrada de uno de los sitios que más me ha emocionado del viaje. Espero que la disfrutéis.
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Todavía no me puedo creer que este sitio sea real. El mayor desierto de sal del mundo no deja a nadie indiferente y es que ha sido lo que más me ha impresionado hasta la fecha. y con diferencia el mejor tour. Yo no soy muy de tours guiados, y normalmente, si puedo hacer la actividad por libre, mejor porque va a ser más barato y tienes más libertad. Sin embargo, hay sitios a los que solo se puede acceder de cierta forma, es decir, con un tipo de coche específico porque si no, no lo vas a explotar debidamente; uno de estos sitios es el salar de Uyuni.
Hay mil maneras de verlo y otras mil empresas para contratar tours. No hace falta hacerlo con antelación, se puede contratar directamente desde Uyuni (o desde el desierto de Atacama, en Chile) e incluso el mismo día que queréis salir para el salar, pero si no queréis perder tiempo buscando compañías y que os cuenten la misma historia cuarenta veces y/o vais con el tiempo justo, investigad un poco antes.
Yo tomé un autobús nocturno de La Paz. Llegué a Uyuni a las 6 de la mañana y en seguida me despejé del calorcito del autobús. Nada más poner un pie en tierra, un montón de personas se apelotonaron ofreciendo tours al salar, hostales y cafeterías. Aun medio dormida y atolondrada, conseguí escaquearme, pero decidí buscar una cafetería con wifi y explorar mis opciones. Mi idea inicial era pasar esa noche en Uyuni y buscar una agencia para empezar el salar al día siguiente, pero resulta que no salen hasta las 10:30 de la mañana, por lo que decidí ir directamente. Tras un rápido vistazo en Trip Advisor, y ver cuáles eran las agencias mejor valoradas y que mejor relación calidad-precio tenían, me quedé con tres; Salty Tours, Andean Expeditions y Quechua Connection 4WD. Salí a preguntar; la primera estaba cerrada y no tenía pinta que fuese a abrir en ningún momento, la segunda me dijo que ya había un grupo de 6, y que entonces me pondrían en otra compañía amiga. Eso no me emocionó mucho, ya me conozco la historia de que por viajar sola te acaban poniendo en otro lado y luego si algo pasa nadie responde. En Quechua Connection me garantizaron que iría con ellos, con sus coches y su guía. Era algo más cara que las otras (180$), pero no quería una mala experiencia. Contraté el tour de tres días y dos noches. Incluía agua en las comidas y sacos de dormir, muy importante porque hace mucho frío en ciertas zonas. Además, me dejaban dejar mi mochila grande con ellos, lo cual fue un plus. Con cualquier compañía, el tercer día si os conviene, os deja en la frontera con Chile
Eran alrededor de las 9 cuando pagué. Todavía tenía una hora y media. Decidí buscar un sitio donde ducharme. Fui a un restaurante que también alquilaba duchas (sí, esto es común en Bolivia), y pagué 15 bolivianos (2€) por 20 minutos de agua caliente. Luego fui a buscar un hostal para cuando volviese, y a comprar el pasaje de autobús a Potosí. Salía a las 6 de la tarde y no quería ir con las prisas ni llegar por la noche, por eso preferí quedarme una noche en Uyuni. Pero vamos, si no es por conveniencia, no merece la pena hacer noche ahí. Es un pequeño y frío pueblo en mitad del desierto, que turísticamente no tiene mucho que ofrecer, pero hay suficientes hostales y restaurantes.
A las 11, conocimos al guía, que nos contó el itinerario de nuevo, y luego nos repartieron en los coches. Éramos 23 personas repartidas en 4 jeeps. En mi coche éramos Louise de Reino Unido, Simon de Francia, Mia, Diandra y Diego de Canadá, y Omar, nuestro conductor. Era el más jóven, pero el más «salao» de los cuatro conductores. En seguida empezamos a llamarle don Omar como el artista de reguetón. Nos dejó poner nuestra música en el coche y siempre tenía alguna historia divertida que contarnos. Además de los conductores, vienen un guía y un ayudante de éste, que también hacen las veces de fotógrafos.
Día 1: el salar
La primera parada del tour fue el cementerio de trenes. Es curioso como vehículos abandonados se convierten en un atractivo turístico, pero la verdad es que es muy chulo. Es una red ferroviaria que se construyó para trasladar la plata desde Potosí a las otras ciudades de Bolivia. Están todos oxidados y puedes subirte y trepar por ellos.
El cementerio de trenes
Continuamos el recorrido parando en una comunidad para comprar souvenirs (yo tuve que comprar una cinta de lana, porque perdí mi gorro poco antes de salir… lo encontré una semana más tarde en un bolsillo de la mochila, pero bueno), donde también nos enseñaran el proceso de refinamiento de la sal y un pequeño museo con esculturas hechas en sal.
Seguimos un poco más y de repente estábamos en el salar. Sin darnos cuenta, íbamos conduciendo por kilómetros y kilómetros de un suelo blanco e internandonos en el intenso turquesa del cielo. Paramos en un punto donde los guías nos sacaron unas bicis para recorrer los 3kms que nos separaban del almuerzo a pedales. No se si otras compañías hacen eso o no, pero fue una auténtica pasada.
Almorzamos protegidos del viento por los jeeps y luego tuvimos tiempo de explorar el hotel de sal. Efectivamente, el primer hotel hecho enteramente de sal (creo que ahora hay otros, pero ese se lleva el título de pionero). Ojalá hubiésemos podido ver las habitaciones… Con algunas compañías, se pasa una noche ahí, con esta no, para que lo tengáis en cuenta. También a unos pocos metros está el monumento al dakar, flanqueado por banderas de distintas partes del mundo. Mia y Diandra encontraron la de Canadá, buscamos la de España en vano, pero encontramos la estelada y la de Asturias, lo cual me hizo infinita ilusión (mi familia veranea en Asturias desde hace más de 60 años) ¡puxe Asturies!
¡Puxe!
El almuerzo listo
Luego llegó el momento que todos esperábamos; las fotos con perspectiva. Los guías y conductores venían totalmente preparados para este momento y tenían juguetes, botellas de vino y cerveza, latas de Pringles y más atrezzo. Lo primero que hicimos fue grabar un vídeo, la idea era la siguiente: la lata de Pringles era una discoteca, el otro guía era el puerta y entonces nosotros entrábamos fingiendo pagarle. Al cabo de unos segundos más tarde, salíamos todos borrachos y bailando. Nos costó un poco entender el concepto y organizarnos, pero quedamos muy contentos con el resultado final ¡Una pena que no os lo pueda enseñar!
Luego, sacamos fotos en grupo, haciendo todo tipo de cosas, y por último fotos individuales o por parejas. Fue súper divertido, los guías sabían perfectamente lo que hacían y tenían muy buenas ideas. El tiempo pasó volando, y aunque todos conseguimos las fotos ¡parecía que no fue suficiente! Un truco: estas fotos salen mejor con el móvil. Con la cámara no se consigue bien esa perspectiva.
Siguiente parada: la Isla Incahuasi, popularmente conocida como isla de los pescadores y actualmente como Isla de los Cactus. Este último nombre es bastante obvio; la isla está llena de cactus gigantescos y muy gordos, esta variedad de cactus al parecer solo crece un cm al año por lo que llevan ahí cienes y cienes de años. La entrada a la isla se paga aparte y son 30 bolivianos (cerca de 4€).
Explorando la Isla Incahuasi
Dejamos la isla, y fuimos a otra; Pia Pia. Tiene una cueva enorme que hace miles de años era una burbuja de aire que se había formado de la lava de algún volcán de alrededor. Vimos el atardecer desde ahí y luego bajamos al salar de nuevo para sacar más fotos con la preciosa luz del atardecer que había teñido el cielo y la sal de rosa y morado.
Una hora y media más tarde, llegamos a nuestro primer alojamiento. Cenamos sopa y pasta con barra libre de agua caliente para tés, mates, café o chocolate y luego nos recogimos en nuestras respectivas habitaciones. Yo dormí con los chicos canadienses al calor de un pequeño radiador que decidimos alquilar por 20 bs. En este sitio había enchufes y ducha. En la agencia dijeron que el agua era templada, por lo que optamos por no probarla. Hacía demasiado frío como para pensar en quitarse la ropa. Corriendo nos metimos en los sacos y rápido planchábamos oreja.
Isla Pia Pia por dentro
Todo nuestro jeep, con Omar
Día 2: lagunas de colores
Nos levantamos muy temprano, a las 6:30 tomamos el desayuno y continuamos con el recorrido. Condujimos un buen rato en el coche hasta llegar a unas vías de tren, donde nos hicimos unas fotos con perspectiva, reflejándonos en el acero de ésta.
Poco después, aparcábamos en un “museo de rocas”, o algo así. Tenían formas curiosas y eran de un color rojizo muy vibrante. Nos dejaron explorar a nuestro antojo para luego ir a comer cerca de una laguna preciosa. Formaron una especie de “muro” con los jeeps para protegernos del viento y tomamos nuestro rico almuerzo. En este punto, los flamencos nos dedicaron un show privado, sin embargo, eso no fue nada comparado con la conocida como Laguna Hedionda debido al olor que desprende por el azufre. Eso fue una auténtica pasada. Nos contaron que ahora es invierno y estos son los rezagados que no se han ido, pero en los meses más cálidos hay miles y miles, tanto que apenas se ve el agua.
Laguna Hedionda
Continuamos el viaje, y no podíamos dejar de alucinar. Cada kilómetro era aun más impresionante que el anterior, y se notaba la fuerza del viento sacudiendo a los jeeps. Nos acercábamos a los 5000m de altura, había nieve a los lados y nos sentíamos insignifcantes. Llegamos a la famosa Laguna Colorada, y sí, se llama así porque realmente es colorada debido a un tipo de alga que habita dentro. Allí tuvimos que pagar 150 bolivianos para entrar al Parque Nacional Eduardo Avaroa, y esto no es como la Incahuasi que es opcional, si no pagas, ahí te quedas. Seguimos hacia unas fumarolas que son tan impresionantes como las de Islandia, pero hacía tanto viento y frío que apenas aguantamos 5 minutos fuera.
El grupo entero en la Laguna Colorada
El cielo después del atardecer
Y ya por fin, muertos de frío, fuimos a nuestro nuevo alojamiento. Cenamos (¡con vino!), salimos a ver las estrellas y el guía nos dio una explicación rápida de dónde estaba la Cruz del Sur, y distintas constelaciones, incluida la llama. Aguantamos poco, a pesar que la charla fuese muy interesante, pero poco sabíamos que poco después íbamos a tener una clase casi privada de astronomía.
-Que levante la mano los que quieren venir a las aguas termales
Seis personas levantamos la mano. Todos los de nuestro coche. Un par de manos tímidas se alzaron. Al final éramos unos 10.
-En 20 minutos salimos. Podéis quedaros una hora, os recogemos en coche, si queréis estar más, os las apañáis para volver.
¿Quién va a querer volverse andando con este frío? Pensamos todos. Salimos a los 20 minutos y recorrimos los 300m que nos separaban en los jeeps. Al salir del coche, muchos dijeron que no, que hacía demasiado frío y que no se querían meter en el agua. Así que nos quedamos nosotros, con Lucho, el guía y un par de conductores más. Don Omar no quiso (o pudo) meterse, para nuestra decepción… Nos quitamos la ropa y dando gritos del frío fuimos saltando hasta el agua. Poco a poco nos metimos, ya que aunque nos estábamos congelando fuera, dentro estaba muy caliente. Uff… Qué sensación…
Descorchamos el vino de pata de elefante que compramos esa mañana y en breves nos lo terminamos. Entre risas, Lucho sacó una botella de Coca-Cola que ya había mezclado con ron. El cielo era increíble, las estrellas brillaban con fuerza por la ausencia de la luna. Lucho no paraba de prometer que iba a salir en cualquier momento, pero no pasaba nunca. Hasta que pasó. En el horizonte, vimos una luz dorada que asomaba. La luz se convirtió en una luna creciente enorme, que tímidamente fue asomándose hasta quedar totalmente expuesta. Alucinamos. Se hizo el silencio un momento. Nadie se atrevía a hablar… Ninguno habíamos visto a la luna salir. Normalmente, de repente miras y ya está ahí cuando aún hay luz generalmente. Y el sol, si madrugas lo suficiente, lo puedes ver tranquilamente, pero ¿la luna? Fue realmente mágico.
Pasó una hora, y otra, y otra. Los guías ya se habían ido, y el último coche que nos llevaría al refugió también. Decidimos quedarnos. El pelo detrás de la cabeza que se había mojado estaba completamente congelado, y no podíamos apenas sacar las manos, aunque a veces nos retábamos a ver cuánto aguantábamos fuera, pero empezamos a hablar y no pudimos parar. Hablamos de todo y de nada, de qué queríamos hacer con nuestras vidas, de amores, de sexo, y el universo. Arropados bajo las estrellas, y el agua caliente, animados por el alcohol y aun alucinando por el haber visto la luna, derrumbamos los muros que había entre nosotros y no nos callamos hasta que a la una y media de la mañana optamos por salir y volver al refugio. Para mi sorpresa, y para arruinar un poco el momento, me habían robado las chanclas y la toalla. Quiero pensar que fue un fallo honesto y que alguien se las llevó pensando que eran suyas ya que no había luz… Pero si no lo fue… Espero que esa persona tenga una diarrea de varios días. Mia me dejó su toalla y pude secarme, pero tuve que caminar en calcetines, húmeda y sin apenas ropa.
Por suerte, los sacos de dormir que nos habían dejado eran muy buenos; gustositos por dentro e impermeables por fuera y no pasé apenas frío por la noche, y por suerte ese día nos dejaron dormir un poco más que el día anterior.
Día 3: la despedida
Nos despertó un buen desayuno de tortitas y dulce de leche. La verdad es que este ha sido el primer tour que hago en el que la comida me satisface, no solo en cantidad, si no en la variedad para vegetarianos. Por la mañana fuimos a lo que llaman Museo de Dalí, no porque el artista haya estado nunca por esos lares, si no por la forma de las montañas, dicen que recuerda a sus obras. Y bueno… Si lo piensas muy intensamente supongo que sí. Tristemente, de este día apenas tengo fotos porque en el último refugio no había electricidad (funcionaba con un generador) y no pude cargar la cámara.
Poco después, llegó el momento en el que nos separábamos. Los que se iban a Chile iban por un lado y los que volvíamos a Uyuni por otro, sin embargo, no eran un número par, por lo que nuestro coche fue hasta la frontera aunque solo iban a Chile Mia, Diandra y Diego. Pudimos pasar más tiempo juntos en el coche, bailando los temazos de los 90. Nos despedimos con abrazos y deseos de buena suerte y muchos ánimos. Louise, Simon y yo volvimos al coche para ir a almorzar. Ese día se levantó un viento fortísimo, como no lo habían tenido en 40 años nos dijeron. Apenas se podía caminar y toda la arena volaba, impidiendo abrir los ojos o la boca…
Después de comer nos llevaron a una especie de laguna preciosa, pero la verdad es que estábamos todos helados y ya con ganas de tomarnos una ducha caliente. Llegamos a Uyuni sobre las 6 de la tarde. Me despedí de Simon, y con Luise quedamos en encontrarnos en un restaurante que nos habían recomendado para la hora de la cena, ya que su tren a Argentina no salía hasta las 10 de la noche.
El restaurante se llama Minute Man, y es totalmente recomendable. Es más que nada una pizzería, también tienen algún plato de pasta y desayunos hasta las 10 de la mañana (al día siguiente fui más tarde y ya no servían…). Es algo más caro que la media boliviana, pero si queréis daros un capricho, es muy buena opción Está dentro del hotel Torito.
Acompañé a Louise a la estación, nos despedimos y nos deseamos lo mejor en nuestros viajes. Jopé, esto de despedirme de tanta gente se está haciendo algo cansado… Es increíble la de gente que hay por el mundo con la que encajas bien. Con los cinco tuve una conexión muy bonita, y durante el viaje he conocido a muchísima gente que se que si viviésemos cerca, seríamos muy buenos amigos… Pero bueno, me llevo la alegría de conocerlos, y una excusa para viajar más 😉
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No podéis perderos esta maravilla, tanto si estáis en Bolivia como si estáis en Chile. Investigad bien las empresas, porque aunque en general, todas hacen lo mismo y van a los mismos sitios, el trato al cliente, la seguridad del coche, la comida, etc., puede variar. Yo confié en las opiniones de Trip Advisor, y salí super satisfecha.
Disfrutad mucho y protegeos del frío,
¡hasta la próxima!
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